Opinion

Carpe Diem



Nací en una calle sin asfaltar que todavía no tenía siquiera un nombre definitivo, era la "segunda de...". Nací en mi casa, en una casa sin calefacción y en un cuarto piso sin ascensor. No diré, como el genial Gila, que nací sin mi madre, por no exagerar, pero nací casi sin nada (tan pobre era, que nací desnudo).
No tenía nada entonces y no creo que tenga mucho más ahora. Desde luego, no he conseguido nada en estos años que quisiera llevarme conmigo. A falta de árboles, he plantado flores, a falta de un libro, he escrito artículos y, a falta de un hijo, he tenido dos.
Sigo sin tener gran cosa y la ventaja de tener poco que perder. La felicidad debe consistir en tener todavía menos que perder, de ahí que, cuanto más me amenazan con quitarme, más feliz parece que soy últimamente. Por un lado, porque significa que tengo algo que me pueden quitar y que, mientras tanto, puedo disfrutar. Por otro, porque mi felicidad no depende de lo que tenga y mucho menos de algo que me puedan quitar. Las flores que planté cumplieron su ciclo y murieron (muchas de forma acelerada, lo reconozco), de los artículos que escribí me podrán quitar los derechos de autor, pero no la autoría. Mis hijos llevan escrito en su ADN que son míos y tampoco me quitarán nunca el hecho de ser su padre.
Creo que, muchas veces, no sabemos valorar lo que tenemos. Hay gente que consigue no valorarlo incluso cuando le falta, que ya es el colmo. Todas las mañanas, yendo al trabajo, me paro en un semáforo -uno de esos absolutamente inútiles, que sólo han servido para que alguien se embolse una comisión por ponerlo- donde intenta vender pañuelos de papel un joven con una pinta la mar de pulcra (será por el barrio en que está). El hombre, muy educadamente, recorre cada vez que la luz está roja toda la fila de coches de conductores somnolientos y nos dedica la mejor de sus sonrisas al tiempo que expone su mercancía sujetándola entre los dedos de su mano derecha. Todavía no he visto a nadie que haya bajado la ventanilla a su paso. Esta mañana le vi de nuevo. Estaba fumando -derecho inalienado, de momento, en plena vía pública. Lo primero que se me vino a la mente es: ¿cuántos paseos entre los coches le cuesta cada calada que está dando a ese cigarrillo? ¿cuánto humo del escape tiene que aspirar para poder aspirar ese otro? Sin embargo, para él, se ve que es una prioridad.
Me contaba mi padre como, en la posguerra, recolectaban colillas para poder liarse un cigarrillo con las sobras. Eso de fumar debe ser algo como para que estuviera subvencionado, más que gravado con unos impuestos que, a mí, me siguen pareciendo pocos. Las cosas no deben estar tan mal cuando alguien puede pasarse toda la mañana regalando sonrisas y vendiendo pañuelos de papel para poder fumar.
Si son verdad la mitad de las noticias que no ocupan los principales titulares de la prensa, tendremos tiempo para apreciar lo bien que estábamos ahora. Luego están las noticias que ni siquiera aparecen en la prensa y que, no por ello, son todavía más verdad. Dentro de poco sólo seremos felices los que creemos que una sonrisa es el mejor antídoto contra la tristeza, los que pensamos que nuestra felicidad nos la otorgan pensamientos y sentimientos que nacen dentro de nosotros,... y los de siempre.
Carpe Diem.


Indignado



Indignado. Curiosa expresión. Bastante suave para lo que se quiere expresar y mucho más en español. ¡Con lo rico que es el idioma en palabras mucho más "gruesas"!

Estoy indignado, por seguir la expresión al uso. Moderadamente indignado, porque, efectivamente, si no, estaría otras cosas peores. Y lo estoy moderadamente, no porque la situación no se merezca estar muy indignado sino porque así es como nos tomamos las cosas en estas latitudes y, mucho más, en estas fechas en las que la canícula y "la caló" invitan a tomarse un gazpacho bien frío y dejar que pase el verano y la crisis.

Mi indignación viene, precisamente, de eso, de la crisis. No porque haya crisis, que eso es algo que ocurre periodicamente en cualquier sistema humano que se precie. No. Estoy indignado porque se han inventado la crisis. Más que inventado, la han creado. Ese era el principio de mi indignación. Que unos señores nos vendieran que el mundo era Jauja y que todo valía porque querían colocar un montón de billetes de Monopoly, es decir, billetes que, en realidad, no tenía nadie.

La idea es que, mientras yo me tomaba unas merecidas vacaciones en un sitio al que jamás pensé que me llevaría mi sueldo, esos señores aprovechaban la que habían montado para llenarse los bolsillos de millones. ¿A quién le importaba cuando los billetes eran de Monopoly? No había problema porque había billetes para todos y, como todos estábamos en la cresta de la ola, todos nos dejábamos llevar.

Ahora la ola ha roto. Y ha roto porque se han terminado los billetes de verdad y sólo quedan los del Monopoly. Como los de verdad ya los tienen todos ellos, o casi todos, el sistema ya no funciona como antes. Ahora hay que exprimir los billetes que habrá, los que imprime la Reserva Federal esa que acusa a los chinos de intervencionistas, los que imprime la Casa Blanca para pagarle a los banqueros el favor de prestarnos después parte de ese dinero... con intereses. Por lo tanto, habrá que hacer que los intereses sean más altos. Cuando el dinero lo tenía la gente, intereses bajos para que los bancos paguen menos, ahora que lo tienen los bancos, intereses altos para que la gente pague más.

Vamos, que como esta mañana he llegado tarde a trabajar, me voy a ir temprano para compensar.

Como el dinero no se crea (excepto cuando hace falta para pagar a los banqueros) ni se destruye, sino que cambia de unas manos menos hábiles a otras que lo son más, lo de la crisis actual es mentira. Sigue habiendo dinero, lo que pasa es que lo tienen todo unos pocos. Y no precisamente los que más han trabajado para ganarlo, sino los más listos a la hora de aplicar una serie de reglas bastante absurdas que sólo sirven para que esos señores se llenen los bolsillos.

Porque, ¿por qué tiene que valer menos mi trabajo sólo porque un imberbe encorbatado en Nueva York decida que no se fía de que mi país vaya a ser capaz de pagar sus deudas?¿O mi banco?¿Qué tiene Estados Unidos - aparte del dólar y a los Marines - que no tenga Grecia? Porque, en realidad, puestos a mirarlo bien, ellos sí que tienen una deuda absolutamene descomunal. ¿Están esperando a que volvamos a pagársela los demás? (pregunta retórica, claro que sí).

Además de los señores estos que han cambiado el gorrito ese de la cocorota por la raqueta de paddle y que deciden quién es solvente y quién no, hay otros que han convertido el mundo en su casino particular. Se dedican a apostar a que a fulanito le va bien o que a menganito le va mal. Y, claro, como es su casino particular, las reglas las ponen ellos. Si ellos apuestan a que va mal, como su apuesta es muy grande, todos piensan que es porque mucha gente piensa que va mal. Y, entonces, va mal. Conclusión, la banca gana.

A todo esto, los que seguimos levantándonos temprano para ir a trabajar y producir lo que se comen esos señores no tenemos voz ni voto en cuanto a lo que vale nuestro trabajo. Bueno, tenemos voto pero, como al final el voto va a ir a las listas que han confeccionado con mucho cuidadito de que no se cuele nadie, es como no tenerlo.

Ya se encargarán ellos de contarte después lo que tienes que pensar. En este mundo global nada es verdad ni es mentira, todo es según el color del canal en que se mira.

No comments: